miércoles, 10 de agosto de 2011

"El hombre duplicado", de José Saramago

Hace un par de días terminé de leer el libro del título. Impresionante, con la boca abierta me dejó, como todos los libros de este escritor, que no deja de sorprenderme en las situaciones insólitas que plantea. Saramago tiene por costumbre no nombrar a sus personajes; pero en este libro su protagonista, Tertuliano Máximo Afonso (sí, Afonso y no Alfonso) y varios otros personajes son conocidos con nombre y apellido. Profesor de historia que un día descubre una persona exactamente igual a él sin tener vínculo de sangre, el protagonista va abriendo debates con sus acciones tendientes a buscar e investigar a su duplicado en una inmensa ciudad y sin que María Paz, su novia; el profesor de Matemáticas, su colega; y Carolina Afonso, su madre, sepan la causa de su inquietud y sus alteraciones de la rutina.
El libro transcurre tranquilo, sumergiéndonos en debates sobre distintos temas, que a lo largo de las semanas que encaré la lectura me deleitaron pensando en, por ejemplo, la postura del protagonista de enseñar la historia de delante hacia atrás y no desde atrás hacia delante; la comparación de los afluentes de un río con la participación de actores secundarios en las películas; el análisis sobre la festividad de un descubrimiento hecho en un fin de semana, ya sea buscado o no, y con la participación de varias o una sola persona; las abruptas apariciones (y desapariciones ante resultados infructuosos) del Sentido Común (así, en mayúscula), que hace pensar y rever situaciones a Tertuliano, que generan un ping-pong de preguntas, respuestas e intercambio de opiniones exquisito; y por último, y el que me motivó una re-lectura, su disquisición sobre la creación y el destino de las palabras: el por qué de crearlas, el proceso de comprender que era necesario crearlas, para qué crearlas, delimitar su significado, imaginar las consecuencias de designar algo como esto o aquello, y seguir sufriendo las consecuencias de designarlo así, inclusive de que dos vocablos expresen lo mismo. En fin, que él lo hace mucho mejor que yo, los invito a que hojeen sus páginas. Pero rescato esta idea de la lengua viva; la palabra que nace para designar algo y luego se diluye en el tiempo y en los usos y lo que nació para designar algo con el tiempo va cambiando y designa otro objeto, otra idea, otra acción.
Finalmente, en las últimas páginas el desenlace es rápido, vertiginoso, los hechos se suceden con rapidez, y el final apenas puede ser previsto.
Una delicia.

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