El hombre gris mira las vidrieras. Le encanta la mayoría de las cosas que ve. Salvo los precios. Pero se imagina poseyendo cada cosa, disfrutándola, imaginándola en su hogar. La compara con lo que ya tiene, y siente que lo mejora, a él y a su entorno. Se imagina la cara de sus conocidos, la admiración que despertaría en algunos; se encuentra disfrutando anticipadamente de los elogios que le caerían en sus oídos como miel; estaría atento a descubrir ese rechinar de dientes del envidioso. Lo quiere. Lo tiene que tener. Ya.
Analiza la situación. La relación precio-satisfacción. Está convencido, sí. Pero sería importante conseguir algún descuento, una yapa, cómodas cuotas sin interés; ese condimento financiero que realza los beneficios que el producto le traerá y enardece los ánimos del envidioso cuando se entera.
Finalmente, sale del negocio con una enorme bolsa nueva, de colores bonitos y formas llamativas, embebido de fragancia a cosa nueva, escuchando todavía en sus oídos esa suave música que acompañó el glorioso proceso de comprar un capricho.