martes, 29 de noviembre de 2011

El hombre gris IV

El hombre gris mira las vidrieras. Le encanta la mayoría de las cosas que ve. Salvo los precios. Pero se imagina poseyendo cada cosa, disfrutándola, imaginándola en su hogar. La compara con lo que ya tiene, y siente que lo mejora, a él y a su entorno. Se imagina la cara de sus conocidos, la admiración que despertaría en algunos; se encuentra disfrutando anticipadamente de los elogios que le caerían en sus oídos como miel; estaría atento a descubrir ese rechinar de dientes del envidioso. Lo quiere. Lo tiene que tener. Ya.
Analiza la situación. La relación precio-satisfacción. Está convencido, sí. Pero sería importante conseguir algún descuento, una yapa, cómodas cuotas sin interés; ese condimento financiero que realza los beneficios que el producto le traerá y enardece los ánimos del envidioso cuando se entera. 
Finalmente, sale del negocio con una enorme bolsa nueva, de colores bonitos y formas llamativas, embebido de fragancia a cosa nueva, escuchando todavía en sus oídos esa suave música que acompañó el glorioso proceso de comprar un capricho.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El hombre gris III

El hombre gris se muestra sereno, paciente y de buena voluntad. Pero por dentro, se muerde la lengua para no contestar una barbaridad, pensar en voz alta o manifestar su fastidio con la gente.
El hombre gris considera que tiene mucha mala suerte. Con cada mínimo inconveniente que se le presenta, crea máximas o leyes (él las denomina "leyes de Murphy urbanas"), y considera -en realidad, está firmemente convencido-, que las circunstancias se le van a presentar siempre de esa manera. Por ejemplo, si esperas un colectivo en la misma parada donde pasan otras 3 líneas más, seguramente pasen dos o tres unidades de esas líneas antes que llegue, repleto de gente, el colectivo que esperas. Si tienes que hacer un trámite en una oficina, el día que te presentas no atienden. Si atienden, seguro tu trámite se realiza en el mostrador que exhibe la fila de gente más larga. Si encuentras vacío un asiento en el colectivo, y te sientas del lado de la ventanilla, al lado se sentará alguien de grandes dimensiones a quien seguramente debas luego pedir permiso para bajar en tu parada. Pasas desapercibido para tu jefe casi siempre, aunque seguro el día que llegaste tarde te estuvo buscando desde hace horas. Justo el día que faltas a tu trabajo, festejaron los cumpleaños y la empresa repartió -a los presentes, claro- regalos empresariales.
El hombre gris nunca leyó nada sobre inteligencia emocional, ni cómo controlar las emociones. Tampoco indagó sobre el poder de la voluntad, ni de la capacidad de tomar decisiones. Escuchó nombrar a la autoadministración y pro-actividad, pero no se interiorizó sobre el asunto.
Sin embargo, él sabe mostrarse siempre sereno, paciente y de buena voluntad. Cree que podría dar cátedra al respecto frente a un auditorio repleto. Lástima que al finalizar le harían preguntas tontas que tendría que contestar con la mayor amabilidad...

martes, 15 de noviembre de 2011

El hombre gris II

El hombrecito gris se agarraba fuerte del pasamanos del colectivo. Miraba al joven que ocupaba el asiento justo delante suyo, y envidiaba que éste se había dormido. Sí, lo envidiaba: a pesar de estar dormido en un asiento de colectivo, todo encorvado, la cabeza ladeada mientras los músculos del cuello sufrían -pero no lo suficiente como para despertarlo-, la boca abierta por efecto de la gravedad.
El colectivo a las 8 de la noche estaba repleto, lleno de personas sentadas y paradas, cansadas. Sus rostros reflejaban agotamiento y la vista quedaba fija mirando a la nada.
Los rostros se encendían cuando sonaba algún celular con su sonido chillón y llamativo. Los hombres se despertaban de su letargo cuando por la vereda caminaba alguna mujer joven de falda corta y pechos generosos.
En las veredas, los negocios iban cerrando, la gente caminaba apurada, las mesas de los bares se encontraban ocupadas, y desde el colectivo al hombre gris le hubiera gustado estirar el brazo y alcanzar el chopp rebosante de cerveza. Esquivó la mirada hacia otro lado para dejar de pensar en algo físicamente imposible. "Volvamos a la realidad", se dijo. Trató de recordar si quedaba algún alimento digno de ser digerido en su heladera esa noche. "Dos huevos, tomate y lechuga; no tengo que pasar por el almacén. Menos mal...". ¿Menos mal por qué? Pasar por el almacén le permitía, mientras hacía la fila para pagar, escuchar historias de otra gente que, como él, esperaba al cajero. "Llego rápido y miro televisión. Me acostaré temprano".
Dejó de pensar. Se agarró fuerte del pasamanos del colectivo. Y volvió a mirar al joven que dormía en el asiento justo delante suyo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

El hombre gris I

Se levantó como todos los días con el sonido de la radio. El sol asomaba entre las cortinas. Costó pensar en un día más como todos. Llegó a la oficina, saludó a sus compañeros, encendió la computadora, se preparó un café. Se sentó. Otra vez.
Al final del día, el toque de color entre tanto gris.
-Quiero darte un beso.
-No, contame un poco más de ese proyecto en tu trabajo.
-Me muero de ganas de darte un beso, ¿vos no?
-Sabés que quiero, pero me gusta conversar con vos, contame...
-Entonces dámelo.
-Ya te lo voy a dar... Igual, si no querés hablar de trabajo, entonces contame un poco cómo vas con las clases de boxeo. Yo estoy yendo, ¡realmente está genial!
-La verdad está muy interesante. Fui el jueves. Estaba Gabriela dándolas, preguntó por vos, le avisé que no ibas.
-¿Te gustó la clase?
-Sí, pero más me gustás vos... Dame un beso.
-Está bien.
Primera cita. La regla, después, dejar pasar tres días. Martes. Miércoles, suena mejor, son tres hábiles. Bueno, quizás el jueves, complicación mediante.
Sábado siguiente. Sin novedades. Bueno, muy bien, comenzó a pensar que en algo metió la pata... Domingo arrastrado, almuerzo familiar, tarde vacía. Preparar los trámites de la semana. La ropa.
Lunes. Se levantó como todos los días con el sonido de la radio. El sol asomaba entre las cortinas.