martes, 15 de noviembre de 2011

El hombre gris II

El hombrecito gris se agarraba fuerte del pasamanos del colectivo. Miraba al joven que ocupaba el asiento justo delante suyo, y envidiaba que éste se había dormido. Sí, lo envidiaba: a pesar de estar dormido en un asiento de colectivo, todo encorvado, la cabeza ladeada mientras los músculos del cuello sufrían -pero no lo suficiente como para despertarlo-, la boca abierta por efecto de la gravedad.
El colectivo a las 8 de la noche estaba repleto, lleno de personas sentadas y paradas, cansadas. Sus rostros reflejaban agotamiento y la vista quedaba fija mirando a la nada.
Los rostros se encendían cuando sonaba algún celular con su sonido chillón y llamativo. Los hombres se despertaban de su letargo cuando por la vereda caminaba alguna mujer joven de falda corta y pechos generosos.
En las veredas, los negocios iban cerrando, la gente caminaba apurada, las mesas de los bares se encontraban ocupadas, y desde el colectivo al hombre gris le hubiera gustado estirar el brazo y alcanzar el chopp rebosante de cerveza. Esquivó la mirada hacia otro lado para dejar de pensar en algo físicamente imposible. "Volvamos a la realidad", se dijo. Trató de recordar si quedaba algún alimento digno de ser digerido en su heladera esa noche. "Dos huevos, tomate y lechuga; no tengo que pasar por el almacén. Menos mal...". ¿Menos mal por qué? Pasar por el almacén le permitía, mientras hacía la fila para pagar, escuchar historias de otra gente que, como él, esperaba al cajero. "Llego rápido y miro televisión. Me acostaré temprano".
Dejó de pensar. Se agarró fuerte del pasamanos del colectivo. Y volvió a mirar al joven que dormía en el asiento justo delante suyo.

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